Todos sabemos que la fotografía es una actividad compleja y con múltiples lecturas. Una fotografía puede ser obra de arte, documento oficial, testimonio de una situación, un camino de introspección y autoconocimiento, un simple recuerdo o una actividad recreativa. Y todos sabemos que, en la mayor parte de las situaciones, no es un reflejo directo de la realidad, sino que es una construcción. Una imagen hibrida entre un reflejo de la realidad y las decisiones de su creador.
Pero la fotografía, aunque no sea verdad, ha de ser creíble y si no lo es, nos cuesta verla como tal.
A una imagen que no permite ser creída difícilmente le otorgamos el valor de fotografía, seguramente la definimos como arte digital, ilustración, .… u otros conceptos. Pero igual que sabemos lo anterior, somos conscientes que la imagen fotográfica tiene un enorme poder evocador, observar una fotografía en la que nosotros o nuestro entorno es protagonista es un camino directo a rememorar el contenido de la imagen.
También somos conocedores del valor de las imágenes fotográficas como normalizadoras de una realidad. Cuanto más vemos “algo” que consideramos creíble más lo convertimos en habitual i en norma.
Si sumamos estos aspectos, donde lo que vemos más habitualmente lo normalizamos y que en un futuro, las imágenes de hoy serán la puerta de evocación a nuestro pasado, podemos preguntarnos ¿Qué está pasando y que pasará, cuando esas imágenes cada vez más alteradas, cada vez en más ámbitos sean las creadoras de normalidad y de nuestra memoria personal?
Pongamos por ejemplo un autorretrato o selfie que nos hagamos hoy ayudados por la inteligencia artificial (IA) y los filtros de mejora de nuestro Smartphone y que dentro de 20 años será el elemento con el que recuperaremos nuestro recuerdo de como éramos y lo compararemos con la imagen que nos devuelve no una IA mejorada sino con el espejo.
Sobre estos aspectos de la creación fotográfica os invitamos a reflexionar, aprender y profundizar en las VIII Jornadas fotográficas de Castell Platja d’Aro.